
Pero refiriéndonos propiamente al aludido libro, tan sólo en el capítulo mencionado, ya revela el eminente psiquiatra las terribles consecuencias de la guerra en el hombre, y concluye en que, desde el origen de la vida hasta nuestros tiempos (nótese que escribió su obra en plena Segunda Guerra Mundial), los conflictos entre tribus, pueblos o estados han afectado al guerrero, o soldado, con la misma despiadada intensidad, y sin que quienes los propiciaban -los jefes de tribus, o gobernantes-, motivados en encender la mecha de una conflagración nada más que por intereses propios, geopolíticos, o finalmente por nimios incidentes, se hubieran detenido sólo por un instante para recapacitar en los efectos mentales que sufrirían los combatientes y sus familias. Y si empleamos la lógica, naturalmente que a partir de la tesis de Emilio Mira y López, es posible inferir que peores son las consecuencias que padecen quienes en la actualidad marchan a la guerra, debido a la sofisticación destructiva del armamento moderno.
Prueba de ello es que un estudio del ejército norteamericano, publicado recientemente por el diario The Washington Post, admite que un total de 121 soldados que luchaban en las prolongadas guerras de Irak y Afganistán se quitaron la vida en 2007, cifra sin precedentes desde que en 1980 los mandos castrenses comenzaron a llevar tales estadísticas; y con el agravante, además, de que el año pasado otros dos mil cien militares fracasaron en el intento de suicidarse, o se autoinfligieron lesiones. Aunque los servicios médicos militares tratan de explicar estos hechos atribuyéndolos principalmente al fatídico estrés, las pesquisas llegan finalmente a un punto de encuentro con las sabias teorías difundidas por Mira y López: a las severas alteraciones de orden psíquico que sufren los involucrados en disputas bélicas de corta y larga duración; cuyas terribles secuelas, retomando el belicismo en Irak y Afganistán, no ha podido controlar el ejército norteamericano por carecer de programas efectivos. Al parecer, de poco o nada sirvieron las experiencias de Vietnam y de otras guerras que libró el ejército estadounidense, pues, por más que hubiera existido una voluntad gigantesca para que psicólogos y psiquiatras hicieran frente a esta cruda realidad, sin duda que la ineptitud ha rebasado todos los límites, ya que hasta este siglo XXI no se formulan políticas serias que resuelvan esta fatalidad, máxime si estamos valorando a las fuerzas castrenses de una nación eminentemente guerrera. ®
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