
En este raro mundo uno puede esperar de todo: desde la conversión de un izquierdista practicante a conservador ultramontano, o viceversa; o, soslayando las leyes de la física, encontrar la fórmula para mezclar materia oleaginosa con acetato; o, sin ir más lejos, que el Papa Benedicto XVI, luego de 2.000 años de miedos infantiles o terrores juveniles nocturnos, o dudas adultas siempre picando el alma, haya anunciado primicialmente, con boca divina, que el diablo no existe; hasta que los de uno y otro lado, archienemigos poco menos que prehistóricos de Irlanda del Norte hubieran hecho las pases para conformar un gobierno sin distinciones. No son éstos los únicos ejemplos de una infinidad de hechos casi inverosímiles que esta sorprendente Tierra nos obsequia día a día. Hay otros, naturalmente, que merecen ser comentados, y con semejante interés.
Pero en esto de las dualidades tan complejas, la teoría acerca de las "empresas sociales" sustentada por Muhammad Yunus, representa una forma tan innovadora de tender un puente, o aminorar la brecha entre la riqueza y la pobreza, que bajo ningún punto de vista puede uno ser parco en elogios. Es una verdad irrefutable que el banquero, por antonomasia, es un hombre frío y calculador, y el más hábil tejedor de modelos bancarios que, al cabo, van a arruinar al ocasional prestatario, como resultado de las rigurosas condiciones a que éste está sometido. Frente a esta política desigual, emerge la figura de un banquero que alzando su voz al cielo dice: "Yo soy multimillonario. La banca ha sido la fuente de mi bonanza, pero, ¿por qué no compartir ese bienestar con los más desposeídos otorgándoles los mayores beneficios y las menores usuras posibles? Formemos entonces ´empresas sociales´ que no persigan desestabilizar la banca mundial, sino que tengan como horizonte, esencialmente, hacer menos pobres a los pobres". Es oportuno mencionar que Muhammad Yunus, por esta admirable y ecuánime cruzada en favor de los necesitados, haya sido merecedor del premio Nobel de la Paz. Pero tendría también que recibir una esquela de agradecimiento del 80% de la población mundial, que ve en él a la figura emblemática que ha puesto sus ojos en ellos, los desposeídos del orbe, y que, con ese plan de creación de "empresas sociales", no es utopía pensar en un mundo más justo. Eso nadie lo puede dudar. Aun aquellos que situados en la penumbra de sociedades empresariales antagónicas e interesadas, aseveren que sus objetivos de orden social descansan en ocultas aspiraciones de ser presidente de Bangladesh. ¿Pero y si todos los que postulan a ser presidentes de países pobres o ricos -me pregunto- tuvieran la misma humana propuesta, no sería este mundo más equilibrado? ®
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