lunes, mayo 14, 2007

UN RESCATE PARA LA HUMANIDAD

Félix Mendelssohn-Bartholdy fue, sin duda, un músico perfecto. Niño prodigio, “su oído y su memoria eran legendarias”, como apunta uno de los estudiosos de su obra, y ya, desde los once años, le nació del alma una profusión inacabable de composiciones, al extremo de que un año después ya contaba en su haber con más de cincuenta obras, entre sonatas para piano, canciones, una cantata, piezas de órgano, nueve fugas y dos óperas. Y entre los trece y catorce años creó seis sinfonías, cinco conciertos y dos cuartetos. A los quince, produjo una de sus obras más reconocidas: la Sinfonía nº1 en do menor, tal vez algo menos generosa en calidad que la Sinfonía escocesa, la Sinfonía italiana o la Sinfonía de la Reforma; pero que de igual modo gozó de gran predicamento en la época. A los 17 años compuso la Obertura de El sueño de una noche de verano, basada en la comedia de Shakespeare, que concluiría en 1843 con el Scherzo y la célebre Marcha Nupcial.
A pesar de la genialidad que Mendelssohn expuso a lo largo de su corta vida, y de la popularidad de su música, él no representaba bajo ningún concepto al romanticismo de la segunda mitad del siglo XIX, cuya tendencia exigía “pasiones desbordadas, emociones arrebatadoras y el abandono revolucionario de las formas convencionales.” Muy por el contrario, manifestaba en sus obras cualidades que lindaban con la elegancia, el gusto, la claridad y la seguridad en la construcción.
En suma, el arte de Mendelssohn, apreciado tal cual es, poseía en su momento todas las virtudes de un arte expresivo, pero se la conceptuaba, en general, demasiado formal, al punto de que por esta razón, luego de su muerte, la fama que conquistó fue declinando (excepto en Inglaterra), a partir de los brutales ataques de
Wagner, quien consideraba esa formalidad de la música de Mendelssohn estrechamente ligada a elementos de orden hebreo, que acabaron juzgando su música como muy “académica, suave y superficial.”
Pero aquellas violentas ofensivas de Wagner hacia la música del compositor hamburgués tuvieron un efecto absolutamente contrario, pues Mendelssohn goza hoy de los más grandes tributos que se le puede rendir a un artista de su talla, como lo es
Beethoven, Mozart, Debussy (uno de sus detractores), el mismo Wagner, o el insuperable Bach, de quien Mendelssohn repuso, luego de ochenta años de olvido, La pasión según San Mateo, en una presentación memorable que congregó en Semana Santa de 1829 a un público que con el tiempo se convertiría en el único testigo de la resurrección de tan colosal obra bachiana, interpretada por una nutrida orquesta y un impresionante coro de 400 personas.
Afirma un crítico que Mendelssohn “no vaciló en modernizar completamente La pasión según San Mateo, cortando, recomponiendo, confiriéndole toques románticos e introduciendo efectos especiales, como en el recitativo Und del Vorhang mi Tempel zerris, en el que un luminoso relámpago sonoro recorre la orquesta.”
Pero ciertamente no faltaron quienes criticaron ácidamente el que un joven judío de 20 años concretara un proyecto tan gigantesco, y asumiera, además, la dirección de una obra eminentemente “cristiana”.
Ahí precisamente radica la esencia musical pura de Mendelssohn y su nobleza humana. ®

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