martes, febrero 06, 2007

UN HOMBRE LLAMADO SALVADOR

La vida de Salvador Allende tal vez jamás llegue a comprenderse por los grandes interrogantes y paradojas que ella despierta, más todavía cuando, escudriñando al controvertido personaje en su ideología y personalidad, se descubren facetas sorprendentes e ignoradas de su existencia íntima que rayan con el asombro y hasta con la incredulidad; pues no pueden dejar de sorprendernos escritos y hechos que Allende expuso y que, naturalmente, rompen con una conducta del ideario que él asumió desde joven hasta su bárbara muerte en La Moneda.
El historiador y filósofo chileno,
Víctor Farías, en un libro publicado el año 2004, ha desempolvado de los archivos marchitos algunos de los documentos más polémicos e inexplorados de Salvador Allende en los que, como se ha dicho, revelan la misteriosa identidad del hombre (masón de estirpe), del político y, sobre todo, del médico; de un médico cuyos atributos jamás habían sido puestos en tela de juicio, pero que Farías, con bizarría a toda prueba, hoy, sin reprobarlos, los somete a un juicio considerante. Baste con repasar un breve extracto del escrito “Higiene mental y delincuencia” que Allende escribió en 1933. Dice así: “Las leyes de la eutanasia y la eugenesia han reemplazado a la Roca Tarpeya, y sus disposiciones protegen al individuo, a pesar del individuo mismo, y sólo con miras sociales”.
Farías, en parte saliente de su obra, echa mano a la memoria de título (examen de grado) y a un proyecto de ley redactado por Allende cuando era ministro de Salubridad que, de acuerdo con lo que señala el periodista
Rodrigo Barría, se encarga de exhibir parte del sorprendente pensamiento del ex mandatario en relación con los tratamientos a epilépticos, débiles mentales y alcohólicos. Según el autor, lo más sobrecogedor en los escritos de Allende y en la memoria de título en especial, fue haber determinado el vínculo que él establecía entre enfermedad mental y delincuencia, a tal punto dogmatizado, que señalaba como a una de las fuentes naturales de la criminalidad a “la raza”, es decir, daba una serie de referencias que lo descubrían como un antisemita implacable, radical, achacándoles a los judíos una propensión genética hacia ciertos tipos de transgresiones legales. Juzgaba, en efecto, que “los hebreos se caracterizan por determinadas formas de delito: estafa, falsedad, calumnia y, sobre todo, usura”.
Su embestida va aún más allá y golpea asimismo a los gitanos, de quienes se expresa que “constituyen habitualmente agrupaciones delictuosas en donde impera la pereza, la ira y la vanidad. Los homicidios son muy frecuentes entre ellos”. Y de los árabes señala: “Hay algunas tribus honradas y laboriosas, pero las más son aventureras, imprevisoras, ociosas y con tendencia al hurto”.
Agrega el autor del libro que una de las cuestiones que más le sorprendieron en los escritos tiene que ver con el tema de la revolución y de los revolucionarios, más todavía si aquélla y éstos configuraron todo una inmensa ideología que forjó su espíritu rebelde, su carácter combativo y una lucha indeclinable por ella hasta llegar a ser baluarte del socialismo chileno, luego presidente de la República de Chile hasta la inmolación de su vida por aquellos ideales. Así, en un fragmento de la memoria, el texto sostiene: “En las multitudes se desarrolla, con excesiva facilidad, un fenómeno psicopatológico que eminentes psiquiatras han estudiado y que se considera como un virus destructor. Nada más fácil entonces que la influencia perniciosa que sobre las masas pueda ejercer un individuo en apariencia normal y que, en realidad, al estudiarlo, nos demostraría pertenecer a un grupo determinado de trastornados mentales. La higiene mental debe luchar por el establecimiento de policlínicos neurosiquiátricos, tratando en lo posible de controlar a aquellos individuos que, si bien en apariencia no son antisociales, pueden fácilmente serlo”.
Luego, el investigador Farías se ocupa de las iniciativas legales de Allende cuando ocupaba el citado ministerio de Salubridad entre los años 1939 y 1941, en las que plantea establecer una ley “eugenésica negativa” respecto de miles de ciudadanos bajo el diagnóstico de “alienados irrecuperables”, y emplazando incluso “tribunales esterilizadores” de carácter inapelable. Y añade Farías: “El plan de acción contemplaba tres iniciativas legales: un proyecto que establecía el contagio venéreo como un delito, el tratamiento obligatorio de los toxicómanos y otro orientado a la esterilización de los alienados”.
Y el proyecto, al cabo, es demoledor: “Toda persona que sufra de enfermedades mentales que de acuerdo con los conocimientos médicos pueda transmitirlas a su descendencia podrá ser esterilizada. Tales enfermedades son: la esquizofrenia, la psicosis maníaco-depresiva, la epilepsia esencial, el alcoholismo crónico, la locura moral constitucional, la idiocia, la imbecilidad y la debilidad mental profunda”.
Para el investigador, las similitudes de esta propuesta de legislación y de las leyes sancionadas por el ministerio de Salud de la Alemania nazi resultan asombrosamente semejantes.
Concluye al autor que “en más de veinte editoriales, y por mucho tiempo, le negaron la publicación del libro por la avalancha de diatribas y recelos respecto de su presunto oscuro propósito, y también por algo muy simple: porque se refiere a un ´santón´ del socialismo que aún es un importante factor de propaganda.”
Sobre el libro de Farías, titulado “Salvador Allende, antisemitismo y eutanasia”, no caben juicios de valor. Aunque parecería existir cierta fobia contra el ex presidente de Chile, simplemente se revela aquí, muy escuetamente, el contenido de la obra –sea éste veraz o no-, acerca de una de las personalidades más descollantes de la política chilena y figura emblemática del socialismo mundial. ®

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