
Hasta donde se sabe, no ha habido una reacción en especialistas de universidades de prestigio, institutos o centros mundiales de exploración genética acerca de la colosal, pero extravagante –y hasta chabacana- revelación del investigador en cuestión. Pero sí ha merecido la noticia el interés de la prensa internacional que, entusiasmada con la idea de proclamar a un auténtico Paracelso trasplantado al siglo XXI, lo está cubriendo de fama con un irreverente despliegue de artículos y fotografías que atenta contra la inteligencia y el sentido común de las personas, pues se advierte a simple vista que no se trata más que de una excentricidad propia de un nigromante que busca notoriedad con sus estrambóticas visiones.
Pero el mundo da para todo, y los seres humanos, tal vez para huir de nuestra vacua cotidianidad, hacemos aparecer de cuando en cuando a sujetos que gozan de la facultad de hechizar con sus propias alucinaciones a cuanto cándido pulula por el planeta. Así, con una sagaz plataforma de mercado, se dan a conocer extraños personajes como Krishnamurti por ejemplo, hace algunas décadas, –“filósofo” poco menos que celestial-, o al mismísimo Paracelso que tuvo la “virtud” de cautivar a la gente afirmando que la salud y la enfermedad se hallaban subordinadas a influencias astrales. Y narra un estudioso de este alquimista y médico suizo que cuando murió, su cadáver fue expuesto a ciertos oscuros sortilegios que indujeron a que el sabio resucitara de entre los muertos. De manera que, haciendo números, Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, verdadero y melódico nombre de Paracelso, estaría por cumplir, aproximadamente, los 515 años de edad. Huelga decir entonces que Aubrey de Grey –con su alegre teoría- pueda ser conceptuado (vana ilusión suya) como... el primer profeta de la inmortalidad. ®
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