lunes, octubre 06, 2008

CHISTE LATINOAMERICANO

Durante una breve permanencia en Madrid, a un médico chileno de reconocido prestigio le contaron un chiste latinoamericano muy en boga que circulaba en España, al estilo de las chanzas a gallegos, alemanes o judíos que, aunque siempre inventadas con exageraciones sobre esos gentilicios, son dichos festivos y graciosos que encierran particularmente cierto contenido de verdad, muy propio de la sabiduría popular.
El chiste se origina en una pregunta:
¿Cuáles son las cinco cosas más imposibles de encontrar en Latinoamérica?
Y la respuesta es:
“Un argentino humilde; un colombiano honesto; un dominicano culto; un mexicano guapo y un chileno que hable como hombre”.
El médico chileno, antes de pronunciarse lo que en la chanza les cabe a sus compatriotas, intenta explicar que en las primeras afirmaciones cualquiera podrá reparar inmediatamente cierto principio propio de las particularidades de esos pueblos: la innata seguridad en sí mismos de los argentinos; la tragedia que vive Colombia a raíz del terrorismo y también de las guerras internas alentadas por los capos del narcotráfico; el escaso interés de la gente del Caribe, en especial de los dominicanos, en adquirir una mediana cultura de tipo europeo; “y la escasa correspondencia de los ideales estéticos europeos con las características raciales predominantes en México”.
Con relación a lo que les toca a los chilenos en el chiste, el médico enfatiza que la afirmación podrá extrañar a muchos “y pocos se reconocerán en ella”, pues lanzándose a una serie de observaciones, el hombre, notoriamente afectado y encocorado por la sustancia de la broma, se pregunta:
“¿Es que no hemos sido valientes en las guerras y en los desastres naturales?”
“¿Quién ha dicho jamás que somos poco hombres, como sí se ha dicho siempre de los argentinos o colombianos que son... esto o lo otro?”
Pero, serenándose, para no herir sentimientos regionales, añade que es así como los ven, o mejor dicho, como los oyen los extranjeros que tratan con ellos. Y más adelante, ya más templado, agrega que es menester una reflexión acerca de la verdad que entraña el chiste, puesto que, en rigor, éste no está haciendo escarnio de una supuesta falta de hombría del chileno, sino que se refiere al hecho de que en su país se habla con “una voz muy alta, aflautada y, con frecuencia, emitida con esfuerzo innecesario.” Concluye su abatido comentario señalando haber escuchado a “otorrinolaringólogos y fonoaudiólogos quejarse de la alta frecuencia de disfonías en su país...”. “Y cada vez que regreso del extranjero –dice-, me vuelven a sorprender, particularmente en los varones, esas voces de tono tan elevado y emitidas con tanto esfuerzo, amén de otros defectos del hablar chileno, como la deficiente pronunciación de las palabras y la insoportable e impresentable coprolalia” (empleo excesivo y patológico de términos soeces atribuido a una alarmante carencia de recursos idiomáticos, o más propiamente, a una exigüidad lamentable de vocabulario).
“¿No sería bueno que el Estado se preocupara también de enseñarles a hablar a los niños?” –se pregunta finalmente el médico chileno, con el alma en los talones.
Comentaba un maestro de coros amigo que siempre había tenido mucha dificultad en enrolar para sus ocasionales agrupaciones a tenores que posean una verdadera tesitura de esa cuerda, pues la voz que prevalece en Bolivia es la de barítono con una seria tendencia a alcanzar un registro todavía más bajo. De manera que, en casos de urgencia, debe hacer literalmente magia para acomodar a un barítono en la sección de tenores. Desde su especial punto de vista, afirma envidiar de los chilenos la inmensa hornada de tenores que habitan su territorio, pero, al mismo tiempo, no codicia, lisa y llanamente, el enorme raudal de voces aflautadas que tienen, ya que con ellas no es propicia la creación de coros que ostenten registros adecuados, sobre todo en la cuerda aludida.
En cuanto a la otra parte de la glosa del médico, es una verdad incontrastable que los chilenos han sido valientes en las guerras, pero, oportuno es subrayarlo, siempre en la medida en que su política belicista comulgaba con la astucia atrevida, como ocurrió en las batallas contra los bravos mapuches, araucanos y huiliches, en que las huestes de los Caupolicán, los Lautaro o los Colocolo fueron diezmadas por el poderío en armamento y en hombres de quienes las conquistaron, los españoles y los criollos. O cuando sacando a relucir una proverbial codicia de expansión territorial -una geopolítica sin cortapisas (a toda costa)-, cayeron en cuenta avivadamente que las salitreras bolivianas podían ser suyas, por lo que provocaron una Guerra del Pacífico a topa tolondro y teñida en sangre, que motivó que cierta costa de Perú y todo el litoral boliviano se fueran a la... deriva (para no pecar de coprolalia).
En lo que sí es de necesaria honestidad y buen talante estar de acuerdo con el médico es en la excepcional capacidad y brío del chileno para hacer frente a los desastres naturales, en especial a los terremotos y maremotos que han asolado con furia a ese país. Recuerdo haber soportado tres terremotos en Chile, (país que, dicho sea de paso, llevo entrañablemente en mi espíritu pues pasé ahí toda mi infancia y adolescencia), y he visto de cerca ver desaparecer poblados y levantar de las cenizas otros, con la voluntad de hierro y el amor por su patria de que son fieles depositarios.
Pero por lo pronto, retomando el chiste latinoamericano, no sería mala idea promover un estudio científico y musical para que las voces exageradamente agudas de los chilenos bajen de tesitura, y, uniéndonos a ellos, las de los bolivianos, abaritonadas, suban algo, para que así, en Bolivia, contemos con tenores verdaderos, y en Chile gocen de una vez por todas con voces que no sean aflautadas.
Siempre hay una coyuntura para impulsar un acercamiento entre ambos países... ®

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