jueves, mayo 08, 2008

CRÓNICA CRUCIAL

Bien que el guarismo de la consulta popular para aprobar o rechazar la autonomía del departamento de Santa Cruz haya alcanzado al anochecer del domingo 4 los porcentajes aproximados de ochenta y cinco por el SÍ y quince por el NO, resulta, independientemente de la acción electoral por sí misma, anómalo a todas luces el hecho de que, por una parte, la opinión pública nacional –con los ojos puestos en un acontecimiento trascendental y único de la vida republicana- no hubiera conocido a través de las cadenas de radio y televisión, pero muy particular e inexcusablemente mediante comunicados de la Corte Electoral de Santa Cruz, el número de votos blancos y nulos; y que, por otra, tales datos no hubieran sido revelados a los propios votantes de la ciudad y de las provincias cruceñas, verdaderos actores de la elección, lo cual habla de un lamentable doble desacierto (el segundo lindante con lo rústico y absurdo). Aun cuando la ley del referéndum disponga que la resolución de éste se adopta por la mayoría simple de los votos válidos, debe inferirse, naturalmente, que a partir de este precepto deben conocerse los votos no válidos (blancos y nulos) para llegar a la resolución aludida. Tal como se presentaron las cosas, huelga decir entonces, por lo ya anotado, que a todo boliviano le asistía el derecho de estar al tanto de esa información, máxime si se pretendía mostrar transparencia y absoluta licitud. Podría ser perfectamente justificable que por haberse tratado de un acto sin precedentes en el sistema político boliviano de este tiempo se hubiera incurrido en errores menores, pero éstos no sólo que han sido significativos sino que, como lógica consecuencia, han sembrado dudas y, claro está, han desviado el normal curso de la elección y de sus resultados. Con todo, esperemos que las cifras oficiales reviertan esas omisiones y conozcamos finalmente estos datos.
Cuando se habla más arriba de las estaciones de radio y televisión –aunque también de las publicaciones escritas y de las denominadas virtuales-, se lo hace plenamente advertido del papel protagónico que encarnan al dar a conocer sucesos de toda índole que ocurren en nuestro territorio y fuera de él. Fundamentalmente en lo político, su grado de influencia es tan grande que tal como ocurre universalmente esa prensa oral y escrita ha sido calificada como el cuarto poder. No por nada, entonces, su importancia al reflejar hechos históricos como ha sido la consulta por la autonomía de Santa Cruz de la Sierra del 4 de mayo. En tal sentido, es inadmisible que ella haya podido valerse de su visible postura frente a la comunidad –sobre todo la televisión- para llevar el agua a su molino, o para confundir a la población, o para divulgar un cúmulo de desatinos o, finalmente -dado que hay que invitar a personalidades para que enriquezcan las transmisiones con sus comentarios-, para que el telespectador deba tragarse opiniones de ellas -ocasionales analistas- tan triviales como las de un historiador, o tan desesperantemente repetitivas como las de un politólogo, o tan apagadas y hasta desmayadas como las de un periodista que más parecía portavoz de un partido político ahora en desgracia. Como en todo, hubo una honrosa excepción, y el cientista político Jorge Lazarte, con sus valiosos pergaminos y conocimiento (hombre formado en La Sorbona y con una dilatada experiencia en la vida pública nacional), enfrió a su justo grado la temperatura del tono triunfalista o, por decir lo menos, “objetivo” de los anteriores. En esta suerte de especulaciones pronunciadas por los panelistas, se llegó a pensar por un momento –y sin exagerar- que si se trataba o no de reflexiones casi de carácter esotérico tendentes a la búsqueda de la panacea universal. En fin, lo positivo de la televisión es que uno puede sintonizar otro canal; y si muchos lo hicieron, descubrieron para su fatalidad que había otros, hombres y mujeres, ejerciendo la misma aventura de opinión y, sin el afán de resbalar en la petulancia, empleando una retórica tan confusa como insuficiente era su lenguaje.
Para sumar a estos despropósitos otros más, llamó poderosamente la atención que poco después de las seis de la tarde, luego de que los diversos canales y estaciones de radio dieran a conocer los resultados (SÍ, 85%; NO, 15%), el ministro de Gobierno, sin arrugarse un milímetro y con la misma oprobiosa mentalidad con que se aprobó parcialmente, ¡y en un cuartel!, una amañada Constitución Política, y luego, en definitiva, en un recinto cerrado en Oruro, hubiera tenido la desfachatez de anunciar que la elección había concluido en un rotundo fracaso; juicio que, dos horas después, fue iterado por el presidente Morales en un discurso impreciso y débil en argumentaciones. Sin duda que al oír esto, desde el más humilde de los bolivianos hasta el más poderoso deben haber puesto en tela de juicio, por una fracción de segundo siquiera, su capacidad real de raciocinio, pues los resultados, tan elocuentes, saltaban a la vista y a los oídos como con luces y fanfarrias; y máxime si un apabullado primer Mandatario revelaba ante las cámaras un semblante rígido y una expresión en los ojos de inequívoca derrota. Sobre esto último, muchas ideas debieron haber rondado por su mente, pero tal vez la que martillaba con mayor energía en esos amargos minutos haya sido la de no haber oído a tiempo al Vicepresidente, a quien le animaba la intención de ponerse no al frente de la causa, del movimiento o de la organización de Santa Cruz, sino al lado de ellos, a fin de hacer viable un camino aparentemente intransitable, y de verdad establecer condiciones para construir inteligentemente una Bolivia unida y diversa, productiva y fraterna. Pero ya era tarde. El triunfo de Santa Cruz fue abrumador, aplastante, y lo saludamos con enorme entusiasmo, aunque quedó corto...
Al día siguiente de la consulta, contaba un reconocido periodista de radio y televisión de Santa Cruz que su hermano, hombre al parecer iconoclasta, tenía por principio no votar en ninguna elección, fuere de la naturaleza que fuere, pues, con todo el derecho que le asistía se apoyaba en el fundamento de la autonomía de la voluntad para ejercer la abstención. Es imperativo, aquí, remarcar una diferencia sustancial entre lo que es abstención y lo que es abstencionismo. Lo que el hermano del periodista practica es lo segundo, esto es la doctrina de los abstencionistas, que no son otra cosa que los partidarios de la abstención, especialmente en política. Como él, sin duda que hay muchos hombres y mujeres que son adeptos de este punto capital, o de esta doctrina, en el departamento de Santa Cruz. No es creíble, sin embargo, que haya miles y miles de personas que sigan esta corriente por el simple hecho de que ella dimana de saberes que tienen que ver con un profundo sentido del obrar humano; algo que, sin la pretensión de discriminar, es evidentemente inalcanzable para el grueso de la población, tal como ocurre en cualquier latitud. Y aquí se presenta el problema. Los propios medios de comunicación estimaron el domingo 4 que alrededor del 35% por ciento de los inscritos en el padrón electoral se abstuvieron de votar. Esto significa que cerca de 350.000 personas, potenciales votantes, y algunos convencidos abstencionistas, con extrema impasibilidad de ánimo, prefirieron quedarse en sus hogares cómodamente sentados frente a sus televisores o con los oídos atentos a la radio o haciendo otros menesteres. ¿Qué pudo haber ocurrido? ¿No fue, quizás, que la población, harta ya de la falacia y la impostura de quienes ostentan el poder implacable en el comité cívico cruceño (sólo comparables a la arrogancia, falsedad y autoritarismo a ultranza del presidente de la República y de la mayoría de quienes conforman su gobierno), le dieron la espalda a la consulta restándole méritos a la sobresaliente actuación puesta de manifiesto en el ejercicio de su cargo por el prefecto Rubén Costas Aguilera? Hay que entender de una vez por todas que el pueblo –sea éste del oriente, de los llanos, del valle o del altiplano- no admite ya la anteposición de intereses personales y mezquinos a beneficios de orden moral y material para la patria. El hecho de que el presidente de dicho comité cívico posea predios que alcancen aproximadamente las treinta mil hectáreas –sólo por citar “algo” de su patrimonio-, supone, consecuentemente, que el Estado deba entrometerse gradualmente en los actos de individuos que gozan de fortunas similares, pues, semejante individualismo es perjudicial a la pretensión, no comunista ni socialista ni de otro pensamiento, sino estrictamente humana de una distribución más justa de la riqueza. Un país como Bolivia, con abundantes recursos naturales, no puede, por culpa de estos bolivianos tan glaciales a la solidaridad, permanecer reatado a grados de aberrante pobreza. Pienso en la abstracta posibilidad de que aparezca algún día un partido político que tenga auténtica afinidad con los bolivianos y que nos prometa un severo mínimo de gobierno, ya que, quienes nos han gobernado desde hace sesenta y cinco años (movimientistas, militares, adenistas, miristas –sobre todo éstos-, y otros) no han hecho otra cosa que rascar con sus largas uñas en cuanta bolsa de dinero estatal se encontraba en su poder. En nuestra desdichada patria, ni siquiera la Ley de Pareto se cumple. Aquí la concentración de la riqueza se circunscribe a un grado de favorecidos que ronda el cinco por ciento, y el “resto” de los recursos se distribuye entre la gente pobre y muy pobre y la clase media empobrecida. Un panorama sombrío que el gobierno inoperante de Evo Morales jamás podrá revertir pues se ha arremolinado al mismo torbellino de corrupción de aquéllos.
En fin, esperemos que el innovador orden que se presenta ahora en Bolivia, con el triunfo inobjetable de la autonomía en Santa Cruz y de las cantadas victorias autonómicas en Pando, Beni, Tarija y Chuquisaca, sepulte en definitiva la forma de gobierno ultracentralista que ha imperado hasta ahora en nuestra nación, pero hagamos votos al mismo tiempo para que quienes empuñen el bastón de mando de las regiones no caigan en las mismas prácticas de inicua corruptela. ®

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