jueves, octubre 11, 2007

BALADA PARA CLARIBEL

Hace un tiempo llegó a nuestro país un artista popular llamado Gianfranco Pagliaro para presentar al público boliviano algunas canciones de su repertorio, de las que sobresalían algunas que en años pasados habían conmovido a sus fervientes admiradores. Con todo, sus recitales no colmaron la expectativa que se había creado a su alrededor -a pesar de gozar del favor de sus fanáticos-, salvo por el estreno en Bolivia de Balada para Claribel (En la desolada tarde, Claribel...), uno de los más brillantes y sublimes poemas que se hayan gestado en nuestra tierra, y que el atrevido Pagliaro (con el respeto que el hombre me merece) tuvo la peregrina idea de que, dada su lúcida inventiva artística, podría ser musicable por él.
Mucha controversia ha suscitado siempre el hecho de adaptarle música a un poema, o de acomodar un texto a una melodía. En este último caso quizás lo más creativo que haya escuchado el mundo –con la advertencia de ser ésta una postura muy personal- pueda ser el Ave María de Bach-Gounod, obra que funde el genio de dos escogidos de la música universal. Sin embargo, cuánto más complejo que lo anterior resulta poner música a un poema, pues, además de los innumerables recursos técnicos que debe poseer el músico para situar su arte a la altura de la obra del autor, debe también adentrarse a la mente de éste, a explorar sus fantasías, su sensibilidad, su expresión, su encanto; en fin, a aprehender la cualidad de su fuerza inventiva. Y no me canso de repetir cuánto bien han logrado esta fusión
Víctor Jara, con el Poema 15 de Neruda, o Serrat, con obras de Benedetti y Machado, por ejemplo. Y no dudo que habrá otros músicos con talentos semejantes.
Pero lo de Pagliaro es inaudito. Si don Franz, el encumbrado escritor, poeta, artista, pensador, despertara de su sueño infinito y arropara como siempre a Claribel en su corazón, y en su desolada tarde, sin duda que ambos colgarían a tan osado personaje de sus... orejas. Nada más. ®

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