
Pero sin pretender caer en la majadera postura alentada por los eternos filibusteros de la política que buscan producir impresión en el ánimo de la gente con frases tan estereotipadas y repetidas sin variación como “quinientos años de opresión”, “quinientos años de humillación”, y una sarta de fórmulas breves empleadas como propaganda política y exaltación extremada de lo nacional, que, al final de cuentas, se quedan simplemente en eso, es irrefutable que las huestes españolas colonizadoras se pasearon por este territorio inmenso y virgen con irrefrenables deseos de invasión, despojo, piratería y búsqueda de tesoros, o más bien botines, pasando por alto crímenes de toda laya, no sólo de orden social, sino también cultural, ecológico, político o económico (aunque estos términos parecieran propios de esta época, han estado siempre vigentes desde que el mundo es mundo); y consolidaron sus dominios en los cuatro puntos cardinales del vasto continente, a tal punto que el porcentaje de quienes llevamos apellidos españoles es altísimo (no hay que olvidar que habemos vascos, castellanos, gallegos, catalanes, andaluces, etc., y que, claro, según manda la sangre, debemos estar –y sí que lo estamos- muy orgullosos de esas raíces. A propósito, hay aquí un hecho poco conocido que llama la atención y vale la pena destacarlo, precisamente por la copiosa sangre ibérica que corre por nuestras venas: el apellido del presidente de Bolivia, Morales, está en el puesto 36 de los doscientos apellidos más frecuentes de América, por lo que nada más falso puede ser el calificarlo como el primer estadista indio de Sudamérica. Eso es simple y llanamente un eslogan, pues a él también –como vemos- le ha salpicado una buena dosis de sangre proveniente de la Península).
No obstante, la visión que los españoles tienen de América Latina, fuente de sus riquezas y del encumbramiento en su época a categoría de Imperio es, ahora, ingratamente oprobiosa. La discriminación, intolerancia y rechazo hacia el inmigrante iberoamericano que pretende encontrar en aquellas tierras una digna salida a la pobreza y marginación de la que es objeto en su propio terruño es, en cierta manera, una señal que no corresponde debidamente a los beneficios recibidos –aunque ello pareciera, en estos tiempos, algo subjetivo, fuera de todo sentido y peregrino; pero que, en el fondo, guarda una verdad incontrastable-. Términos tan despectivos como indio, sudaca, y otros, no hacen más que descubrir la ácida ignorancia de una mitad de la población española que abre brechas ociosas y sin horizontes de integración.
Por otra parte, como corolario de esta nota, pero siguiendo la estricta alusión a América y dejando de lado ahora a los españolitos, es común oír, por la ignorancia de algún europeo o norteamericano, o tal vez de gente de otras regiones, referirse a Estados Unidos de Norteamérica, lisa y llanamente como América, borrando de un plumazo a una infinidad de naciones que la conforman. Recordemos que Américo Vespucio fue el primer navegante en comprender que las tierras descubiertas por Cristóbal Colón configuraban un nuevo continente. Por esta razón el cartógrafo Martin Waldseemüller, en su mapa de 1507, empleó el feliz nombre de América en su honor como designación del Nuevo Mundo, que, oportuno es mencionar va, desde el Océano Glaciar Antártico al sur, hasta el Océano Glaciar Ártico al norte.
Felicidades americanos. ®
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