Leí cierta vez que en las montañas del sur de la lejana China, en primavera, se encuentra una especie de ave que en castellano podría llamarse perdiz o codorniz, cuyo convite a amar, o su seductora canción de amor, reside en cuatro notas fundamentales: do, mi, re y si, de las cuales el re tiene una duración de dos o tres compases y se acaba en la mitad de un compás, seguido por un si quebrado o entrecortado en una octava más baja. Y refiere el narrador que la parte más sublime es cuando, al alba, el macho preludia el llamado desde lo alto de un árbol y la hembra contrapuntea desde una distancia de hasta doscientos metros. A veces, en el frenesí de su melodioso amorío, se produce una ligera variación producida por el ardiente éxtasis, por la sensualidad desatada, que provoca una aceleración del ritmo y del corazón del ave, lo cual ocasiona que no se llegue a oír la última nota sincopada. “Esta canción –explica el relator- se destaca entre otras de las aves, de las que hay gran profusión. Y aunque no sé cómo describirlas –dice- sé que comprenden los cantos de las oropéndolas y las urracas y los picamaderos, y el arrullo de las palomas”.
El dramaturgo, novelista, ensayista y poeta epicúreo Li Liweng, escrutador de tan singular revelación de la naturaleza, enseña que esta variedad de pájaros tienen que cantar con la tranquilidad de la aurora por temor a los hombres, y así lo hacen antes de que el insoportable género humano despierte de su sueño, ya que una vez que esto ocurre no pueden acabar serenamente sus tonadas. Y, abriendo como un abanico toda su sabiduría, Li Liweng observó que una especie de ellos, los gorriones, despiertan más tarde debido a que no les temen a los hombres, y por lo tanto son los únicos que gozan del privilegio de dar rienda suelta a su holganza y dormir algo más.
Pero tal vez Li Liweng nos somete a una suerte de parábola, y lo que debe leerse entre líneas es que el gorrión, sin las frustraciones que sufren las perdices o codornices, o las oropéndolas y las urracas, o los picamaderos y las palomas, es el único en su género –hechicero del amor y formidable compositor- que goza plenamente de la libertad de ayuntar con su hembra apasionada. ®
El dramaturgo, novelista, ensayista y poeta epicúreo Li Liweng, escrutador de tan singular revelación de la naturaleza, enseña que esta variedad de pájaros tienen que cantar con la tranquilidad de la aurora por temor a los hombres, y así lo hacen antes de que el insoportable género humano despierte de su sueño, ya que una vez que esto ocurre no pueden acabar serenamente sus tonadas. Y, abriendo como un abanico toda su sabiduría, Li Liweng observó que una especie de ellos, los gorriones, despiertan más tarde debido a que no les temen a los hombres, y por lo tanto son los únicos que gozan del privilegio de dar rienda suelta a su holganza y dormir algo más.
Pero tal vez Li Liweng nos somete a una suerte de parábola, y lo que debe leerse entre líneas es que el gorrión, sin las frustraciones que sufren las perdices o codornices, o las oropéndolas y las urracas, o los picamaderos y las palomas, es el único en su género –hechicero del amor y formidable compositor- que goza plenamente de la libertad de ayuntar con su hembra apasionada. ®
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